directos desde la cuarentena parte 1: marzo

 

            El primer directo que hice durante el confinamiento fue el día veintiuno de marzo de este fatídico dos mil veinte. En él —que, en un principio, iba a ser el único directo—, hablé de mis referentes y mis musas. A modo de introducción, leí un texto que dejo reservado para otra ocasión ya que, como decía, no pretendía hacer más directos, por lo que su contenido no enlazaba con los temas tratados.

Después de que los asistentes al primero de los directos me pidiesen que hiciese alguno más, estuve buscando entre mi estantería libros y películas que me habían hecho plantearme en qué momento los seres humanos nos habíamos creído los dueños absolutos de todo lo que está en nuestra mano. Y, sentado sobre unas cajas de fruta vacías, durante mi descanso en una agotadora jornada laboral protagonizada por el COVID-19 —trabajo en los llamados servicios mínimos, por lo que para mí no ha existido la cuarentena como tal—, escribí un texto que me serviría para abrir el directo del día veinticinco de marzo. Para las personas que estuvisteis en línea aquella noche, aquí podéis recordarlo. Para aquellas personas que no lo conocíais, espero que os guste —aunque ahora esté un poco desfasado—:

«No logro entender en qué momento empezamos a pensar que somos los dueños del mundo. Igual fue cuando descubrimos el fuego, o cuando la cueva se nos quedó pequeña y comenzamos a construirnos los refugios desde cero. Igual incluso fue mucho antes y todo comenzó el día en que matamos a un animal mucho más fuerte que nosotros y no hubo consecuencia alguna. ¿Qué sé yo?

¿Qué voy a saber? Sólo soy un soñador que piensa que en algún momento esta situación podrá revertirse. Un pobre loco que piensa que la humanidad dejará de ser egoísta en algún punto y que desharemos el mal provocado. Un idiota, en realidad, al que aún le queda un ápice de esperanza.

Aunque, pensándolo bien, considerarme un idiota por no haberme rendido, me convierte en un hipócrita que dejó de creer en su causa hace tiempo, pero se niega a aceptarlo sin más.

Como te decía, no logro entender en qué momento empezamos a pensar que somos los dueños del mundo.

Pero ahora, con todos metidos en casa y saliendo sólo lo justo y necesario y equipados con guantes y mascarillas y desinfectándolo todo y deseando que todo acabe rápido, siento que un ser más poderoso nos ha lefado la cara para demostrarnos que es él el que ha estado encima todo el tiempo.

¿Sabéis qué es lo más paradójico? Que es un ser tan poderoso que te puede estar rodeando en la forma de un ejército formado por millones de individuos en este mismo momento, mientras miras esta pantalla y todo ello sin que tú seas ni siquiera un poco consciente de ello.

Sean bienvenidas y bienvenidos al pequeño catálogo de los horrores de mi cuaderno».

 

El tercero de los directos se celebró en la madrugada del veintinueve de marzo. En él, estuvimos hablando de películas basadas en libros que nadie conoce. Esos films taquilleros con final sorprendente cuya carátula te la encuentras en las cubiertas de un libro de la librería de tu barrio y que, al echarle un vistazo a los créditos, descubres que se escribió a mediados del siglo pasado.

Aquí os dejo el texto introductorio de aquel directo:

«Dijo el gran Quino: «que pare el mundo, que yo me bajo». Me imagino que caló hondo no sólo por la franqueza de la frase, sino también por la inocencia de una niña —de Mafalda, para los despistados­—, que hace inevitable darle a todo un matiz más cándido, menos nocivo.

Ahora que el mundo está casi parado, mi pregunta es: ¿quién quiere bajarse?

Porque he podido observar cómo incluso aquellos que nos jactamos de no temer a la muerte o incluso desearla, estamos huyendo de la quietud.

Me imagino que se debe a lo particular de esta nueva modalidad de muerte: involuntaria, solitaria en el confinamiento hospitalario anónimo y con posibles víctimas.

Entonces, incluso el suicida que no quiere provocar mal a nadie, teme morir contagiando a alguien.

Entonces, incluso el kamikaze que busca ser recordado por morir matando, teme acabarlo todo de manera anónima en una morgue comunitaria, congelado hasta que todo esto acabe.

¡Qué grande fuiste, Quino!

Mafalda, en otra ocasión, señaló la porra de un policía y dijo que «ese es el palito de abollar ideologías».

La policía, ahora, no teme por las ideologías. Ahora patrulla comprobando que todo el mundo está en casa, que los supermercados no colapsan y que las salidas de ambulancia están liberadas.

¡Qué época más interesante nos ha tocado vivir! ¿No creéis?

Cada día, cuando voy al trabajo, soy consciente del tufillo posapocalíptico que está cogiendo todo, del pánico en la mirada de la gente, del temor a lo invisible pero también a lo fisionómico: el miedo a que los alimentos se acaben, a no volver a ir a los bares, a no ver a tus seres queridos nunca más. En definitiva: el pavor a que el mundo se pare para poder bajarse.

A veces, me parece increíble que estemos viviendo esta situación. A veces, sólo a veces, tengo la sensación de que todo esto es un rol play pactado por la multitud y que sonará un silbato de un momento a otro para que todo acabe.

Pero es tan real que, por primera vez desde que tengo consciencia, estoy deseando que el mundo gire para poder quedarme dentro.

Algún día, harán películas taquilleras sobre todo lo que está pasando. Ahora, la labor es nuestra, de los escritores: debemos escribir buenos libros que nadie leerá y en los que puedan basar esas películas.

Sean bienvenidas y bienvenidos al pequeño catálogo de los horrores de mi cuaderno».

Comentarios

Entradas populares de este blog

fibra y porno

una época realmente jodida

despedido