La breve historia de Martín Roca. Capítulo 15.
Martín me contó una historia que parecía más
parte de su delirio que de la realidad, pero al poco tiempo pude comprobar que
era verdad.
Cada una de sus palabras.
Todas, verdad.
Ahora entenderás por qué he dado tanto rodeo
para poder contarte la historia de Martín. No sería creíble si directamente te
la hubiese soltado en un par de frases, sin más.
Así que, ahora estamos en esta situación,
recuerda: sentado en el váter de mi oficina. Son las diez y media de la mañana
y Gorka ya nos ha servido un café de mierda. Hemos salido a fumar y el efecto
laxante del café aguado sumado al tabaco, hace que los retretes se
colapsen.
Todos los días lo mismo.
Menos hoy.
¿Recuerdas cuando te dije que el jefe gritó
iracundo?
—¡¿Quién coño ha usado este retrete?!
Su voz me ha sobresaltado en mi cubículo. Me ha cortado
el rollo. Me ha jodido mi momento y ya no podré cagar hasta dentro de
varias horas.
Todos callamos, pero yo sé quién ha sido el
último en entrar a ese retrete, ¿recuerdas?
Martín fue el último. También te dije que él
nunca dejaría un mojón sin tirar de la cadena. Lo sigo manteniendo y tú,
ahora que conoces a Martín, me imagino que piensas lo mismo.
Entonces, ¿qué ha pasado?
En primer lugar, necesito que abras tu mente y
olvides todo lo que la lógica te enseñó. Martín, aquella noche en su casa,
cuando volvió del hospital, me habló de una enfermedad reciente que está siendo
estudiada por la ciencia. Él es el paciente cero.
Las ansias de éxito laboral y personal, la
necesidad de progreso y la falta de asunción de que este mundo es como es,
hace que El Sistema, El Capitalismo —o llámalo como coño
quieras—, engulla sin piedad a las personas. Me imagino que lo has escuchado
mil y una veces y dicho de mil y una formas: «mi jefe me quita la energía»,
«el banco no me deja vivir», «siento que me agoto».
Martín Roca es el paciente cero de un tipo de
necrosis —o algo por el estilo— provocada cuando El Sistema termina de
digerirte.
Te repito que, antes de comprender lo sucedido,
necesito que abras tu mente y olvides todo lo que la lógica te enseñó.
¿Vale?
Pues ahí va: imagina que ayer cenaste un
riquísimo bistec de ternera con una botella de vino francés. Toda una delicia,
¿verdad? Lo engulles, lo digieres y entonces…
Pues eso mismo le ha ocurrido a Martín. Poco a
poco, se ha convertido en mierda. No lo digo queriendo decir en «algo sin
importancia». Me refiero a, literalmente, mierda.
Las huellas, el plato de ducha sucio, su olor
corporal o esa tendencia a andar cada vez más encorvado. Sólo era un cirote
embutido en un traje de mil pavos.
Ha ocurrido con él lo mismo que con la hambruna,
las guerras o el calentamiento global: estamos tan ocupados en nuestras mierdas
de vida que somos incapaces de verlos aunque ocurran delante de nuestra puta
cara.
Hoy, Martín ha sido el último en entrar en ese
retrete. Me imagino que sólo buscaba estar tranquilo. Me imagino que, como
Narciso, ha visto su reflejo en el fondo del agua del váter y ha entendido que
su lugar está en otro sitio. O tal vez ha resbalado y se ha caído, ¿qué sé yo?
La cuestión es que el jefe ha tirado de la
cadena y ahora está en otro sitio.
Pocos lo echaremos de menos… Supongo que sólo
notarán su ausencia cuando un cliente francés nos demande y no encuentren un
filólogo que traduzca la acusación. Lo maldecirán y lo tacharán de
irresponsable, pero no tardarán en encontrar a otro tipo que estudió su carrera
con la idea de ser feliz algún día y que dejará que, poco a poco, El Sistema lo
destruya y lo trague y lo digiera y lo convierta en mierda.
Dime que no es irónico que haya sido el jefe el
que haya tirado de la cadena.
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