La breve historia de Martín Roca. Capítulo 14.
Una segunda tarde en la casa de Martín. Menos
extraño que la otra vez, aunque aún incómodo por estar completamente fuera de
lugar.
Tiene gracia, pero esta vez me incomodaba justo
lo contrario: aquel apartamento era un puto estercolero. Llegué unos veinte
minutos antes que el fontanero, miré su nevera y, al no encontrar cervezas,
bajé al súper a por media docena de latas.
Cuando llegó el fontanero observé la
profesionalidad que practican las personas que trabajan en casa ajena, sin
comentar en ningún momento lo llena de mierda y desordenada que está tu casa.
Se limitan a preguntar: «bueno, ¿y para qué nos ha llamado?», sin mirar
a su alrededor ni juzgar el entorno.
Entró al apartamento y me miró a mí
directamente.
—¿Y bien? —me dijo—. ¿En qué puedo ayudarle?
Yo señalé en dirección al baño.
—Aquí vive un compañero de trabajo —le
expliqué—, dice que el agua, cuando se ducha, sale mezclada con barro o vaya
usted a saber con qué.
—Entiendo…
Me encogí de hombros y él asintió.
—Con su permiso —me dijo, señalando a la cocina.
—Por supuesto —contesté.
Puso el tapón al fregadero y abrió el grifo.
Después se fue al lavabo del baño e hizo lo mismo. Por último, tiró de la
cisterna.
Luego volvió a cerrar el grifo del lavabo y
después el del fregadero.
—Venga un momento a mirar esto —me dijo.
Me acerqué y señaló al agua que había recogido
en el fregadero.
—¿Ve usted? Está limpia.
Era agua completamente transparente.
—Ya veo… —le dije—. Y eso significa…
El tipo me miró y se encogió de hombros.
—Eso significa que el agua sale limpia de las
tuberías —contestó—. En el lavabo ha ocurrido exactamente lo mismo. Y todo
indica que en la cisterna será igual.
Asentí en silencio.
—No sé qué decirle —asumí—. Yo no entiendo un carajo
de fontanería. Mi colega dice que le ocurre cuando se ducha…
—Pueden ser las tuberías de la ducha… ¿algún
cubo o algo así, donde coger agua? —dijo él, a modo de petición.
Fui a la cocina y cogí una olla a presión que
encontré en un altillo.
—¿Esto servirá? —pregunté.
—Perfecto.
Y lo colocó debajo de la alcachofa de la ducha,
abrió el grifo y llenó aquella olla completamente.
Agua completamente cristalina.
—Tal vez sólo fue algo puntual… —dedujo el
fontanero—. ¿Ha habido obras cerca o algo por el estilo?
—No tengo ni idea. Pero mi amigo dice que le
lleva pasando unos días.
—Haré una comprobación —dijo.
Y salió al rellano, llamó al resto de timbres y
preguntó a los vecinos si a alguien más le había ocurrido algo parecido. ¿Te lo
imaginas? Nada. A nadie.
Volvió a entrar en el apartamento y paseó la
mirada por las estancias.
—Me encantaría ayudarle a resolver el problema
—me dijo—. Pero creo que no hay ningún problema.
Empecé a pensar en qué podría decirle a aquel
tipo para que revisase más a fondo todo el sistema de cañerías de aquella
vivienda sin parecer un pirao. Entonces, pensé en las veces que ha
venido la policía a examinar las huellas, en el tipo que analizó la muestra en
el laboratorio, el médium y su compañera, el perroflauta y yo mismo.
Realmente, tal vez Martín era sólo un pirao.
Me sentía ridículo al tratar de justificar la
llamada de urgencia al fontanero.
—Mi amigo —comencé a decirle—, un compañero de
trabajo, en realidad, sospecha que hay algún tipo de rata que sale del sumidero
de la taza del váter y tiene su refugio en las tuberías.
El fontanero me miró extrañado.
—En casi treinta años de profesión, sería la
primera vez que veo una rata anidar en la tubería de una ducha…
Yo me encogí de hombros.
—Sé que le sonará a locura, pero, ¿podría usted
revisar que no haya nada por el estilo?
El fontanero asintió despacio y con los ojos muy
abiertos.
—Por supuesto. Podríamos meter una cámara por la
taza y comprobar si hay algún nido o algo así —dijo—. La otra opción es
picar la pared y dejar las tuberías a la vista, comprobar que no hay nada raro
y volver a reformar la pared.
Miré al suelo pensativo y él continuó hablando.
—Le puedo dar el presupuesto de ambas opciones
y, según qué seguro tengan contratado, puede incluso que se hagan cargo de los
costes si de verdad encontramos una rata o algo por el estilo, aunque ya le
digo que lo dudo mucho.
Negué con la cabeza sin dejar de mirar al suelo.
—¿Sabe qué? —le dije—. Lamento mucho haberle
hecho venir para nada. Le pagaré la visita de hoy y hablaré con mi amigo, es
mejor que él mismo decida. No sé ni siquiera si tiene un seguro de hogar,
¿entiende?
El fontanero asintió, rellenó un albarán,
recogió su dinero y se marchó de aquella casa.
Martín apareció casi dos horas más tarde. Muy
arrugado. Muy pequeñito. Casi menos humano y más cadáver.
—¡Ey, Martín! —le dije desde su salón—. ¿Qué tal
ha ido todo?
—Quiero estar sólo.
Salí del salón y me coloqué a su lado en el
recibidor. Apestaba más que nunca.
—Martín, ¿qué ha pasado?
—El médico me ha examinado —me dijo—. Está todo
relacionado: las huellas, la rata, la ducha y mi puto olor corporal.
—¿Qué ha pasado, Martín?
—Mi médico no tenía respuestas —comenzó a
sollozar—. Me ha mandado a urgencias y me han visto otro tipo de
médicos.
Tal y como me temía. Estaba seguro de que el
médico había solicitado un examen psiquiátrico. Estaba seguro de que el médico
le había dicho que estaba como una puta cabra y él estaba encajando el golpe.
—Por favor, déjame solo —dijo él.
—Nadie ha fumado hoy aquí, no necesitas echarme
—bromeé tratando de relajar el ambiente un poco.
—No se trata de eso —contestó Martín—. Es sólo
que no me apetece hablar con nadie.
Asentí en silencio y me despedí con un golpecito
en el hombro.
Salí del apartamento y Martín cerró la puerta
detrás de mí. Llamé al ascensor sintiendo compasión por ese pobre pirao.
Justo en el momento en que el ascensor estaba por llegar a la séptima planta,
Martín abrió de nuevo la puerta.
—¡Espera! —me dijo—. ¿Podemos charlar un poco?
—Por supuesto —contesté, volviendo a dirigirme
al apartamento.
Estaba seguro de que me iba a contar que el
médico le había dado por lunático. Pero yo estaba muy equivocado.
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