La breve historia de Martín Roca. Capítulo 12.
Allí estaba yo, con mi zapato en la mano y sin
saber qué responder a Martín. Tampoco tengo demasiado claro que en esos casos haya
que decirse algo siempre. Me imagino que todos esperan un consuelo, un «estoy
contigo» o qué sé yo…
—¿Estás seguro de que era mierda lo que salía de
tu ducha? —le dije.
—¿Perdiste el olfato en una caída cuando eras
niño, o qué? —me contestó Martín.
Nunca lo había visto tan sarcástico. Me imagino
que es el estrés vital al que estamos sometidos, el ansia de éxito impuesta y
el miedo al rechazo lo que nos convierte en cínicos. Supongo que es más fácil
eso que empezar la revolución por tu cuenta.
Miré la suela de mi zapato y al verlo limpio
volví a ponérmelo.
—Espérame aquí —le dije—, buscaré algo de
perfume.
Salí del baño y volví a bajar a recepción. Al
cruzarme con Gorka en el vestíbulo, tuve que fingir mi cojera de nuevo a pesar
de hacerme parecer gilipollas.
Volví a mi coche y cogí un bote de perfume que
siempre llevo en la guantera. Me bajé del vehículo con cuidado de no volver a
pisar la mierda y volví al baño.
—Toma, tío —dije, alargándole el perfume a
Martín.
Se roció la chaqueta y el cuello y las mangas de
la camisa.
—¿Te importa si me lo quedo hoy? —me preguntó.
—No hay problema —contesté con un gesto.
Se guardó el perfume en el bolsillo interior de
la chaqueta y se miró en el espejo.
Yo también miré, disimuladamente, su
reflejo.
Realmente, esta situación lo estaba superando.
Tenía un aspecto cada vez más lamentable. Ojos agotados y un peinado
desaliñado. Barba de unos días y ropa arrugada envolviendo un cuerpo arrugado.
Todo él era pequeñez y miseria.
—¿Qué piensas hacer? —le pregunté.
Él se encogió de hombros.
—¿Qué pienso hacer con qué?
—Qué piensas hacer con tu vida, tío —le dije—. Y
con la rata y con la ducha y con tu aspecto.
Volvió a encogerse de hombros.
—¿No has pensado en tomarte un tiempo para
descansar? —pregunté.
—No necesito descansar —contestó.
—Yo creo que sí, Martín.
Él continuó en silencio, así que yo seguí
hablando.
—Tal vez todo guarda relación —le dije—. Tal vez
deberías tomarte un par de días libres, descansar y estar lúcido. Seguramente,
haya una puta rata del tamaño de un sharpei esperando a que te duermas y
cagándose por toda tu casa. Seguro que tiene su madriguera en tus cañerías y
por eso cae mierda de tu ducha.
Martín asintió derrotado.
—Yo también he pensado eso —asumió.
—Dos días, ¿vale? —le dije—. Hablaré con Gorka y
que convenza al cabrón del jefe para que te dé dos moscosos seguidos.
Martín miró pensativo a su reflejo.
—Te quedan moscosos, ¿verdad? —pregunté.
—No tengo del todo claro qué es eso.
—Ya sabes, días de asuntos propios.
Asintió.
—Supongo que sí —me dijo—. Nunca he tenido un
día de asuntos propios.
Abrí los ojos sorprendido.
—Hablaré con ese capullo de Gorka, que consiga
juntarte un fin de semana con un par de días libres.
—Eso es mucho tiempo —me dijo Martín.
—Llama a un fontanero —le dije—. Caza a esa
zorra y consigue descansar, ¿vale?
Martín volvió a asentir.
—Y nada de ir a la biblioteca —concluí.
—Nada de biblioteca.
—Sólo cazar a la rata y relajarte —insistí.
—Rata y descanso.
Un pensamiento se me desvió hacia su colección
de porno del fuerte. Seguro que Martín sabría relajarse y cuidar de sí mismo.
—Te veo a la hora de la comida —le dije—. Voy a
hablar con Gorka ya mismo.
—Gracias.
Y volví a salir del ascensor cojeando justo
delante de la mesa de Gorka.
—¡Hoy nos vemos mucho, señor! —me sonrió.
—Sí, Gorka. Eres atento y eso te hará llegar
lejos —le adulé.
Gorka se sonrojó. A veces me abruma su simpleza.
—Gorka, amigo… tienes que hacerme un favor.
—¡Claro! —contestó entusiasmado—. ¿De qué se
trata?
—Se trata del traductor ese de mi planta, Martín
Roca. Creo que necesita unas vacaciones.
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