La breve historia de Martín Roca. Capítulo 7.
Lo de Martín era triste, pero ¿qué
coño esperaba del brujo de los cojones?
Allí estaba, viniendo a la oficina cada día más agotado, cada
día más ojeroso y cada día más descuidado.
Su piel se estaba tornando oscura y azulada, como los
enfermos terminales justo antes de volver pálidos.
¡Necesitaba poner remedio a aquella situación, joder!
Tampoco habíamos hablado tanto, pero no dejaba de ser su
amigo, así que me dolía verle así.
Después de dos o tres días sin dirigirnos nada más que
saludos, decidí abordarlo en la máquina de café.
—¡Eh, Martín! ¿Qué tal todo, tío?
Él se limitó a mirarme con su cara arrugada y derretida, con
clarísimas muestras de agotamiento.
—¡Joder, Martín! ¡Estás hecho una mierda!
—Gracias —dijo, sarcástico.
Yo me acerqué a él y le puse la mano en el hombro. Ya sabes,
acercamiento entre dos tipos que deben apoyarse mutuamente.
—¿Quieres decirme qué te pasa, tío? —le dije.
—Son las huellas… —dijo con un hilo de voz.
—¡Tienes que olvidarte un poco de las putas huellas, joder!
¿Hace cuánto que no mojas?
Pero el tipo me miró con desprecio.
¡Joder! No quería presionarle. Es sólo que, en muchas
ocasiones, ese tipo de problemas obsesivos se solucionan con un buen polvo.
Pero Martín se ofendió y se dio la vuelta y se marchó sin
decirme nada más.
—¡Eh, Martín! —le dije mientras se alejaba.
Corrí un poco detrás de él. El cabrón llevaba un paso muy
ligero a pesar de parecer que iba a romperse en cualquier momento.
Lo alcancé y le agarré por el brazo. Pude notar cada una de
las venas de su húmero.
El tipo estaba, realmente, hecho un asco.
—Perdona, ¿vale? —le dije—. Sólo quiero ayudar.
Martín me miró con ojos tristes y cansados.
—Yo también lo siento, estoy un poco agobiado —me dijo.
¿Qué coño sentía él? Nunca lograré entender por qué ese pobre
diablo pedía perdón por absolutamente todo.
—¿Qué es lo que pasa, Martín?
—No deja de aparecer ectoplasma… —me dijo.
—¿Qué coño es eso del ectoplasma? —le pregunté.
Martín miró al suelo, agotado de aquella conversación, como
si la hubiese mantenido consigo mismo docenas de veces.
—El médium me dijo que aquellas manchas son ectoplasma. Es
una sustancia …
—¡No me jodas! —le interrumpí—. ¿De verdad vas a creer lo que
te diga ese curandero?
Martín se encogió de hombros con resignación.
—No sé qué otra cosa puedo hacer —dijo.
—Ectoplasma, dices… seguramente sea algo más normal
—le dije yo.
—¿Como qué? —me preguntó.
—¿Y yo qué coño sé? —le dije—. Soy abogado, no científico.
¿Ves que no llevo una puta batita blanca y unas gafas de cerca?
Martín no supo apreciar mi chiste.
—Manda esa mierda a analizar —le propuse.
Martín asintió, aún mirando al suelo.
—Eso haré —dijo sin más.
Y eso hizo.
Cogió una muestra con un bastoncillo de limpiar los oídos y
lo mandó a analizar.
Y resultó que esa mierda era, precisamente, eso.
—Son heces —le dijo el científico a Martín, cuando fue a
recoger la muestra.
Comentarios
Publicar un comentario