interludio hacia el fracaso. Parte uno: el suicidio
─No tenéis que preocuparos, es el
orden natural de las cosas, ¿lo prometes?
Me ocurrió hace unos años. Fue antes de conocer a mi mujer, antes
de trabajar con yonkis, antes de concebir un puto turno de noche como
reponedor… mucho antes.
No estaba demasiado preocupado en encontrarme bien. No había
un motivo para cuidarme. No había nada ─absolutamente NADA─, que hiciese que mi
vida valiese la pena. No solía comer casi nada, sólo había alcohol en mi
nevera, robaba para comprar tabaco y sólo dejaba de consumir las drogas que me
daban malos viajes.
Fue una época autodestructiva abocada al único final posible:
la muerte.
Conocía, por aquel entonces, a un tipo que me caía
francamente bien. Un buen amigo. Un confidente de verdad.
Estábamos sentados en un bar, apartados en un rincón.
Habíamos ido a aquel sitio en grupo, como con una docena de
personas, pero él y yo nos apartamos. Nos gustaba hacerlo, mantener largas
charlas que sólo nos incumbían a los dos. Un buen tipo, en serio.
Aquel día, tomábamos jarras de cerveza y charlábamos y
estábamos allí, sentados en la esquina del bar. En una mesa que quedaba
condenada contra la esquina, como apartada, como si molestase en cualquier otro
sitio, con dos de sus laterales tocando las paredes, en la que a duras penas se
podían sentar dos adultos.
Nada raro, era lo que solíamos hacer.
Pero sí que había algo distinto. Yo le estaba explicando que,
por fin, me había cargado de valentía y había tomado una decisión a la que
llevaba un tiempo dándole forma. Era mi gran proyecto y quería
compartirlo con esa persona tan especial.
─Lo haré el día 20 de febrero, como Hunter S. Thompson.
─¿No ves que suenas como un desquiciado? ─me dijo.
─¿Y qué, si lo soy? Es el día perfecto.
Espero que conozcáis la historia del bueno de Hunter. Para
los que no, hablaba de suicidarme.
Mi amigo no se sorprendió. Estaba claro que era algo que se
veía venir desde hacía varios años. Guardó silencio unos instantes mientras yo
me liaba uno de mis cigarrillos.
─No deberías fumar, podría matarte ─me dijo, riéndose.
Yo sonreí y di una larga calada para encender el cilindro de
tabaco.
Se levantó y volvió a la mesa con dos jarras más.
─¿Has pensado en cómo hacerlo?
Solté el humo mirando al techo.
─Sería la hostia hacerlo como él ─contesté─, pero no tengo un
revólver.
─Ni una máquina de escribir ─matizó mi amigo.
─Ni una máquina de escribir ─corroboré.
Ambos guardamos silencio.
─¿En la bañera? ─se interesó él.
─No, no tengo bañera. Además, sería traumático para todos.
Di otra calada, un largo trago, solté la jarra y perdí la
mirada en el frente.
─No tiene que serlo. Me refiero, no quiero que nadie se
traumatice innecesariamente.
─Entonces, ¿cómo?
─Qué sé yo… ¿sobredosis? ─dije.
Asintió en silencio y después se encogió de hombros.
─Te pega, en realidad.
Brindamos.
─Siempre me he preguntado, ¿por qué odias tanto la vida? ─me
dijo.
─¡No, por Dios! ─dije yo─. No se trata de eso. No odio la
vida.
─Pero quieres acabar con la tuya…
─Sí, pero mi vida es insignificante… ─dije yo─. Como la tuya,
como la de la mayoría. La Vida, joder. La Puta Vida, es la
hostia. ¿Alguna vez has visto la vegetación que rodea Chernóbil?
─Vale: tu existencia. ¿Por qué acabar con ella?
Di un trago.
─Porque no hay nada que me interese realmente. Es aburrido.
Todo lo es. Tú lo eres. Este bar lo es ─di otra calada y cerré los ojos para
ordenar las ideas─. Míranos, ¿alguna vez has hecho algo importante? Me refiero
a importante de verdad. Tenemos vidas vulgares, trabajos vulgares,
amigos vulgares… Amo La Vida, la amo de cojones. Pero, ¿todo esto?
─señalé en rededor mío─. No, compadre. Todo esto no vale la pena realmente. No,
mi trabajo. No, mis amigos. No, mi vida. No.
Guardó silencio unos instantes.
─Te entiendo ─dijo─. Creo que tienes toda la razón ─dio un
trago y comenzó a reírse─, tu vida es una puta mierda.
Los dos reímos.
─Pero, en serio, es sólo por curiosidad ─me dijo─, ¿quieres
matarte porque odias tu vida, o en realidad odias tu vida porque no te vale la
pena vivirla?
Lo miré con el ceño fruncido.
─Explícate ─dije.
─Me refiero a que no sería lo mismo que todo te vaya mal y
por eso quieras matarte, a que quieras matarte y por eso no te esfuerces en que
nada vaya tan mal. ¿Eres capaz de ver la diferencia?
Me llevé el cigarro a la boca y asentí.
─Sí ─dije echando el humo─. Te entiendo. Joder, sí que te
entiendo ─di un trago a la cerveza─. Y creo que es lo primero. Creo que no hago
nada que me interese realmente y por eso me aburro y por eso no me importaría
morirme aquí mismo. Es más, por eso creo que debería programar mi muerte y
hacerlo a lo grande.
─Entonces, amigo mío, creo que puedes evitarle el disgusto a
los que te quieren ─me dijo.
Hice un gesto extrañado.
─¿En serio lo crees?
─¡Piénsalo! ─dijo─. El problema no eres tú. Tú estás
bien. No tienes una enfermedad incurable ni un secreto inconfesable ni una
deuda imposible de pagar. El problema son los demás ─guardó silencio unos
instantes─. Somos. El problema, somos los demás. Lo es todo
lo demás.
En serio, creo que es uno de los tipos más inteligentes que
he conocido nunca. Guardé silencio y dejé que hablase él.
─¿Quieres matarte? ─me dijo─ ¡Pues vive! Pero vive como si te
hubieses matado. Cambia de ciudad, de trabajo, de teléfono, de amigos… deja que
la vida siga como si tú te hubieses suicidado.
Asentí en silencio, apuré la cerveza de un trago, me levanté,
lo abracé muy fuerte y me marché de allí sin despedirme de nadie.
Ese día, me suicidé.
Me quité la vida y la reseteé en un lugar distinto, con un
trabajo distinto y con gente distinta.
Supongo que, en este momento, hay muchos que me odian por
haberlo hecho. No me importa si lo entienden o no, tenía que hacerlo y punto.
Tal vez, algún día, leas este texto. Tú. Sí, tú. Sabes quién
eres. Sabes que me aconsejaste, hace años, que hiciese esto mismo que he hecho.
No pretendo que lo entiendas. No pretendo que me perdones ─creo, sinceramente,
que no tienes nada que perdonarme─. Sólo quiero darte las gracias y prometerte
que, en otra vida, fuiste alguien importante para mí.
Te hablo a ti ahora, que me estás leyendo. Sé
mejor que nadie que, a veces, el suicidio es la mejor versión de nosotros mismos.
Pero déjame hacerlo. Sólo quiero preguntarte algo: ¿quieres matarte porque
odias tu vida, o en realidad odias tu vida porque no te vale la pena vivirla?
Un día me dieron el mejor consejo que me han dado nunca: «si
quieres matarte, vive como si lo hubieses hecho». Hoy te lo regalo. Si
quieres matarte, vive como si lo hubieses hecho; pero vive, joder.
Comentarios
Publicar un comentario