fanboy


Estábamos en un local al que solíamos ir beber la primera vez que oí esa palabra: fanboy.

Mi amigo y yo habíamos bebido bastante el rato de antes, hasta que perdió su dinero en el casino. Yo lo había acompañado y me había percatado de cómo perdía uno a uno hasta el último céntimo. Yo pedía copas para los dos, lo trataba de tranquilizar y lo acompañaba a otra mesa en la que perdería más dinero.

Cuando se quedó sin blanca, fuimos a un cajero automático a por más y, justo antes de volver al casino, logré convencerlo, con la elocuencia que ganamos los borrachos, de cambiarnos de garito.

Los dos íbamos borrachos y nos dio por ponernos intelectuales, así que pedimos un par de copas y comenzamos a discutir sobre nuestros gustos artísticos.

—Tú eres un fanboy del realismo sucio y por eso no puedes ser objetivo al opinar sobre Bukowski —me dijo él.

—¿Qué coño es eso de fanboy, tío?

Fanboy… eso es… joder, ¿no tienes internet en tu caso o qué? —me contestó.

—¿Y qué cojones tiene que ver internet con todo esto, coño? —le dije yo.

Él soltó una risotada que comenzó a irritarme de verdad.

—Esta es tu generación, De Ruedas. No intentes vacilarme con que no sabes qué es un fanboy, conmigo no tienes que hacerte el interesante —me dijo.

—¿De qué coño vas, tío? —comencé a alterarme—. No trato de hacerme el interesante, es sólo que es la primera vez que oigo esa puta palabra. Y no me suena bien.

Apuré mi copa y le di un pequeño codazo para que pidiese otra más.

—Además —continué diciéndole—, ¿qué coño tiene que ver Bukowski con internet?

—No me refiero al puto Bukowski —dijo él, levantando la mano para que sirviesen dos copas más —, me refiero a ti: eres un fanboy. No sé, joder… es una palabra que se usa en internet, como troll, o moderador, o hater… y tú eres fanboy.

—No me toques los cojones, ¿quieres? —le dije yo—. No sé qué coño son esas mierdas porque en mi casa hay internet, pero no busco gilipolleces. Todavía no entiendo por qué usas una palabra inventada para desacreditarme a la hora de hablar de Bukoswki.

—¡Porque no puedes ser objetivo, joder! —gritó él.

El camarero se nos acercó.

—Caballeros, si siguen levantando la voz, tendré que pedirles que abandonen el local.

—Vale, lo siento, amigo —dije yo—. Guardaremos las formas y le daremos una buena propina.

El camarero se retiró.

—Menudo gilipollas —masculló mi amigo conforme se retiraba—. Dejad de gritar o a la puta calle —dijo en tono de burla—. No nos echa porque sabe que le haremos ganar en una hora lo mismo que el resto de cabrones en toda la noche.

—No me cambies de tema, tío —dije yo—. ¿Qué es eso que me impide opinar de Bukoswki?

—Ya te lo he dicho: no serías objetivo. Es como preguntarle a una madre si su hijo es guapo.

—Bukoswki era feo de cojones —dije yo.

Mi amigo estuvo de acuerdo, brindamos y continuó hablando.

Miedo y asco en Las Vegas, esa es una de las películas más sobrevaloradas que he visto en mi puta vida —continuó hablando él.

—¿Pero qué coño dices? —dije yo, volviendo a levantar inconscientemente la voz. El camarero me miró con severidad y yo levanté la mano en señal de disculpa —. ¿Qué dices, tío? —continué en un tono más bajo—. ¿Has visto esa puta película? Johnny Depp está brutal, se sale. Esa película es la polla.

—Sí, y Benicio del Toro también se sale en esa película, está claro —dice mi amigo, ahora—, es la trama. Me agobia y me aburre… entiendo que las actuaciones son la hostia y todo eso, pero, ¿película de culto? ¿Por qué? ¿Por ver a dos cuarentones drogándose?

Niego con la cabeza, apuro los tragos y pido dos más con un gesto al camarero con complejo de bibliotecaria. Nos las sirve sin perder la mirada inquisidora.

—Hunter S. Thompson, ¿te suena? —digo yo.

—¿Otro escritor maldito? —me dice con tono sarcástico.

—Sí, cabronazo. Un escritor del carajo —digo yo—. Él escribió la novela, léela y comprobarás que estás equivocado.

—¿Ves cómo eres un puto fanboy?

—¿Por qué coño vuelves a usar esa palabra de mierda?

—¡Porque es lo que eres, tío! —me dice mi amigo —. Eres incapaz de reconocer que la mayoría de las cosas escritas por esos capullos, es mierda fruto de sus borracheras y de sus viajes de tripi.

—¡No tienes ni puta idea, tío!

—De Ruedas, no levantes la voz o el camarero vendrá a tocar los cojones.

—Ese camarero es una zorra, me la suda que nos toque los cojones —le digo yo, pero bajo el tono porque quiero que nos sigan poniendo de beber.

—Gritas mucho y por eso no se nos acerca ni una sola tía, joder —me dice.

—No se nos acercan porque apestas a incultura. ¿Te gustó Trainspotting?

—Claro que me gustó —me dice mi amigo—. ¿Y qué?

—Pues que va de putos capullos que se drogan.

—Pero ellos son divertidos.

—¡Y Bukowski también lo es, joder! —le digo yo.

—¡Bukowski es un gilipollas! —grita él —. ¡Y tú, otro gilipollas que sueña con chupársela!

Me levanto de mi taburete y lo encaro cogiéndolo por el cuello de la sudadera.

—¡Te estás ganando una hostia, cabrón! —le digo.

Mi amigo se bebe su copa de un trago y hace un amago de levantarse.

—¡Y Hunter S. Thompson! ¡Y ese capullo de William Burroughs! —grita mi amigo— ¡Defenderías lo indefendible por cualquiera de ellos, porque eres un puto fanboy!

Y me empuja casi haciéndome caer.

Entonces voy hacia él con ganas de partirle la cara, pero el camarero nos para desde detrás de la barra.

—Señores, lo siento, pero están molestando a las señoritas —nos dice, señalando con la cabeza a un grupo de chicas asustadas.

—¡Son putas! —grita mi amigo, señalándolas.

—Señores, abandonen el local —insiste él.

—¡Oblíganos, gilipollas! —le grito yo.

Y doy un puñetazo con todas mis fuerzas a mi mejor amigo en el medio de la cara. Él se revuelve sin llegar a caerse, corre hacia mí y me devuelve el golpe. Yo me tambaleo y me apoyo en la barra buscando el equilibrio.

Estaba dispuesto a darle una buena tunda a ese mamón, cuando una presión en los hombros me separó de él. Miré hacia atrás y pude ver las gigantescas manos que coronaban los gigantescos brazos de un tipo gigantesco.

Nos sacó del puticlub a hostias, tanto a mi amigo como a mí. Nos tiró a la calle como si fuésemos sacos de mierda.

Sí, estábamos en un puticlub porque es el mejor sitio para beber. Los casinos y los puticlubs. Nunca te dan garrafón y no dejan entrar a menores, por lo que la depravación está asegurada. Nadie se imagina una tipa enseñando las tetas en un McDonald´s y, además, la cerveza de ese tipo de sitios es una mierda.

Sentados en la acera, mi amigo y yo nos miramos y nos reímos.

Saca un cigarro, da dos caladas y me lo pasa.

Saco una petaca llena ron canario, doy dos tragos y se la paso.

—Parece la escena aquella de El Club de la Lucha —me dice él.

Yo me río.

—Sí, además nos han dado una buena curra —le digo yo.

—¿Hay libro de El Club de la Lucha? —me pregunta.

—Sí. De Chuck Palahniuk —le digo yo—. Pero no lo defenderé, aunque digas que es un capullo, porque me cae bien y eso, pero no está muerto.

Los dos nos reímos.

—En serio, ¿qué coño es un fanboy? —le pregunto.

—Pues es alguien que admira tanto a otro alguien que es incapaz de reconocer que lo que hace es una mierda. Como con los músicos, los escritores… siempre tienen un séquito de gente que les parece la polla todo lo que hagan, aunque sea basura —me dice mi amigo, pausado y tranquilo.

—¿Y por qué no me lo has explicado así antes? —le digo.

Me miro a mí mismo y luego a él. Sentados en el suelo, compartiendo una petaca de ron barato y un cigarro, puede que encontrado en el suelo. Estamos magullados por nuestros propios golpes y los del gorila de la puerta. Expulsados de un puticlub al que hemos acudido después de quedarnos sin pasta en el casino.

—¿Sabes qué? —le digo—. Creo que sí que soy un fanboy.

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