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fibra y porno

     Estábamos viendo la televisión mientras cenábamos. Un tipo vestido con un traje caro de cojones, nos decía que habían bombardeado un país y que cientoynosecuántas personas habían muerto cruzando el estrecho y que en Estados Unidos estaban disparando a los mexicanos que cruzaban la frontera y que una menor fue violada por cuatro hombres y que un tipo mató a su compañera sentimental y que estamos jodiendo al oso polar a base de bien y que «y ahora, pasamos a las noticias deportivas» . ─Puto mundo de mierda ─dije yo. La cena estaba buena. Era una buena cena. Era buena comida y buen vino. Pero, aquellas cosas, las de la tele, quitaban el apetito a cualquiera. ─A veces pienso que todas las teles del mundo deberían explotarnos en la puta cara ─dije. ─No empieces, ¿quieres? ─dijo mi mujer. Su tono era cansado. No sé si del día o de escuchar mis protestas, pero se le notaba. Ella estaba cansada. ─Sólo digo ─dije mientras me limpiaba el bigote con una servilleta de papel─ que

la clase de pintura

            Me apunté a clases de pintura por recomendación de un psicólogo. Ya hacía meses que había perdido mi empleo y tenía la sensación de que nunca más volvería a sentirme útil. Eso me hizo deprimirme y acomodarme. Llegó un momento en el cual no salía de casa —como mucho, para recoger una compra que hubiese realizado previamente por internet— y, la verdad, si miro con retrospectiva, puedo llegar a entender mi actitud. Es raro, pero cuando llevas años en la misma rutina, aunque sea una rutina que odies, es un duro golpe para tu autoestima que te la arrebaten de repente.  Me despidieron porque, según mi jefa, me distraía demasiado y mi aspecto era cada vez más lamentable. También puedo llegar a entender mi actitud en ese momento. Mi pareja se había marchado sin más. Me desperté una mañana y no estaba en la cama y, cuando me dirigí a la cocina, había una nota: «Necesito irme un tiempo. No te culpes de nada. No es culpa tuya. Solo necesito respirar un poco. Te quiero.». Yo me dejé ca

La muerte del antihéroe (ultima potum)

  —Me he fijado en que casi todas las cosas que escribes giran en torno a una conversación —me dijo mi mujer. —¿Y qué coño tiene que ver eso con estar completamente seco? —le contesté yo. Llevaba más de dos horas sentado frente al teclado y era incapaz de encajar un par de frases con sentido. Llevaba más de dos meses sin sentarme frente al teclado. —Solo te digo que igual te hace falta eso: hablar con alguien. —Me hace falta volver a ser yo —dije cerrando la tapa del portátil—. Volver a la noche, a los bares, a mis borracheras y a mi falta de tranquilidad. Y eso no volverá nunca. Instintivamente, rebusqué entre mis bolsillos un paquete de tabaco. Pronto recordé que ya no era fumador. —¿Por qué esa necesidad? —me preguntó. —¿Qué necesidad? ¿A qué te refieres? —Me refiero a que no entiendo la necesidad de ser un tipo autodestructivo. Yo negué con la cabeza. —No hay ninguna necesidad de ser autodestructivo. Es que soy así, no es algo que pueda elegir… —perdí la mirad