Una de las navidades más extrañas que recuerdo I: un regalo de Navidad.
—¡Ay que joderse! —exclamé al cerrar la puerta del muelle de descarga. Pude oír como McRoas tocaba la bocina de su camión. Corrí el cerrojo, me giré sobre mí mismo y pude ver la inmensa soledad del almacén de carga lleno de género. Toda la oscuridad por delante. Saqué mis auriculares y sintonicé la emisora que suelo escuchar. Me esperaba otra noche esclavizante y solitaria en aquel lugar. —¡Ay que joderse! —volví a exclamar, mientras negaba con la cabeza y encendía un cigarrillo. En los auriculares, la melodía de nosequé canción de nosequé grupo de jazz. Y nosequé locutora diciendo que deberíamos estar maravillados por el virtuosismo del bajista de aquel grupo. Realmente era un gran bajista. Me puse los guantes y me coloqué delante de un palet cuyo género debía descargar en las estanterías. Así comenzó una de las navidades más extrañas que recuerdo. McRoas —con ese nombre se me presentó el primer día—, era un tipo peculiar. Tenía el aspecto ...